“Hemos duplicado el número de hongos registrados en Canarias en los últimos cuarenta años”

“No hay un solo momento en la vida del hombre que no esté influido por la presencia de los hongos”, asegura Esperanza Beltrán Tejera, catedrática de Botánica de la Universidad de La Laguna y una de las pioneras en el estudio de la biota micológica en Canarias. Las palabras de la experta, recogidas de una cita del biólogo americano Constantine John Alexopoulos, expresan perfectamente la forma en que pasan desapercibidos estos organismos en la vida cotidiana de las personas. Sin embargo están presentes, de forma insospechada, en numerosos ámbitos; por ejemplo, en la salud o la gastronomía. 

“La micología es la ciencia que estudia los hongos, aunque el término deriva del vocablo griego mykes, que significa seta. La idea que tenemos de las setas es la del paragüitas con el sombrero, pero es mucho más que eso”, precisa Beltrán para definir una disciplina que suele resultar desconocida para el público. La propia investigadora reconoce que el mundo de los hongos está rodeado de un halo de misterio por sus numerosas y antiquísimas conexiones con lo esotérico: “El estudio de la micología es tan antiguo como la necesidad del hombre de conocer el mundo. Los hongos han sido usados por chamanes de México y Guatemala en época precolombina. Se lo suministraban al pueblo, y formaba parte de determinados ritos religiosos en los que el iniciado era transportado a un mundo diferente. El efecto puede llegar a ser muy potente ya que algunos tienen sustancias alucinógenas”.

Un hongo muy tóxico es la “amanita matamoscas” (Amanita muscaria), “la seta de los enanitos”, nos aclara Beltrán para que de forma inmediata lo ubiquemos en el imaginario popular. Tiene la cutícula del sombrero de color rojo con manchas blancas y “produce sueños y alucinaciones antes de caer en un profundo sueño”, explica.

Múltiples aplicaciones

Esperanza Beltrán comenta que cuando hablamos del mundo de los hongos, conviene distinguir una parte buena y una parte mala, según el uso que se le dé. 

Las aplicaciones gastronómicas, son parte de la faceta positiva. “Hay hongos que son comestibles. Y son riquísimos”, asegura la catedrática. “En Canarias crecen el Boletus edulis y Cantharellus cibarius (el rebozuelo), también los champiñones, que se cultivan en cuevas y se comercializan con bastante éxito”. Aunque su cultivo no es tan abundante y rentable como el de la papa o el tomate, “pueden ser una fuente de alimentos importante, y muy nutritiva”.

No podemos obviar su presencia en la elaboración de los quesos. Tienen un gran valor en la producción del queso roquefort o camembert. A ellos es debido su sabor característico, ya que “el hongo Penicillium se desarrolla en el queso”.

Por otro lado, el interés farmacológico de ciertos hongos es muy grande, debido a su importancia en el tratamiento de infecciones. En este grupo están los productores de la penicilina, sustancias antibióticas que han logrado mitigar numerosas enfermedades”.
Las potencialidades de la investigación micológica a favor del ser humano son innegables. Pero los hongos también presentan una cara menos amable.

En relación con la salud, son la causa de muchos problemas en la piel, como determinadas dermatomicosis. También pueden provocar intoxicaciones que desembocan en afecciones severas. Beltrán recuerda el caso de un hombre de un pueblo del norte de Tenerife, que parecía tener cierta experiencia en la recolección de hongos para el consumo. Sin embargo, consumió por error una seta mortal (Amanita phalloides) que tuvo a las puertas de la muerte durante un mes, superando la gravedad de su estado después de un trasplante de hígado en el Hospital Universitario de La Laguna. 

En no pocas ocasiones, estos efectos nocivos han sido utilizados premeditadamente. El caso más emblemático fue el del asesinato del emperador romano Claudio (Tiberio Claudio César Augusto Germánico), al que envenenaron con un plato de setas en las que se mezclaron Amanita cesarea (exquisita) y la motal Amanita phalloides, una de las setas más letales que se conocen. “Bastan unos cuantos gramos de esta seta para matar a un hombre de 80 kilos”, asegura la investigadora.

“En estos momentos es difícil obtener proyectos de investigación dedicados al estudio de la biodiversidad”

Gracias al rastreo bibliográfico llevado a cabo por Esperanza Beltrán, hemos conocido la labor que realizaron anteriormente otros investigadores en este campo. “Para mi tesis doctoral, llevé a cabo una recopilación bibliográfica sobre los antecedentes históricos de la micología canaria”, explica la investigadora. En 1975 la lista de hongos silvestres conocidos ascendía a unas 500 especies macroscópicas y unas 400 microscópicos.

Su campo de investigación se ha encaminado fundamentalmente al estudio de la biodiversidad fúngica de las islas, con especial atención al mundo de los hongos “descomponedores” de los restos leñosos (hongos de la madera). 

Entre las aportaciones de recopilación bibliográficas que podemos destacar, está la elaboración de la parte de hongos de la “Lista de especies silvestres de Canarias”, publicado por la Consejería de Medio Ambiente en 2001, con nuevas ediciones en 2004 y 2010.
Dirige un equipo de investigadores que han trabajado activamente en los Parques Nacionales de Garajonay, Taburiente y el Teide.

En este último proyecto sigue ocupada junto al resto del equipo, en la tarea de identificación de los ejemplares recolectados. Un proyecto del que destaca su dureza. “Ha sido el trabajo de campo más duro que he realizado hasta ahora”, recuerda. “Para los muestreos dividimos la superficie del Parque Nacional del Teide en 237 cuadrículas de un kilometro de lado, y en cada una se hicieron uno o dos inventarios y recolección de muestras fúngicas. El área de estudio es inmensa. Esta labor de campo fue una auténtica paliza”. La catedrática explica la dificultad que supone el trabajo de campo, agachándose a cada paso para ver qué hay debajo de un tronco caído. “Palito a palito”, en sus propias palabras.

A la dificultad propia de esta labor, hay que añadir el futuro incierto que afecta a la investigación, sobre todo cuando aún queda mucho por hacer. “Actualmente se hallan catalogadas en Canarias unas 2.000 especies de hongos. Hemos duplicado el número en los últimos 40 años, y aún queda mucho por hacer, no es raro en absoluto para mí salir al campo y descubrir especies que aun no conozco”, destaca. El futuro de la investigación peligra por falta financiación que permita a los jóvenes investigadores desarrollar su trabajo.

 

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