Canarias no es una marca de zapatillas

La noche era tan obstinadamente cerrada sobre Sabinosa que no vi cómo se acercaba aquel hombre que sin yo saberlo aún pasaría a formar parte de mis leyendas. Tres firmes golpes de sus nudillos sobre el cristal me hicieron dar un respingo. Sobresaltado, y percibiendo apenas una figura enjuta, casi quijotesca, algo encorvada, con un eco de sabina en su silueta, bajé la ventanilla del coche de alquiler:

“¿Tiene usted miedo?”, me preguntó aquel que ahora veía claramente como un hombre de setenta o más años.

“¿Cómo dice usted?”.

“No, decía que si tiene miedo, como lo veo ahí encerrado, pues le pregunto”, precisó con un hablar parsimonioso, un Mar de las Calmas interno que tranquilizaba al tiempo que añadía más misterio a la escena, desarrollada al borde de dos abismos, la montaña hacia el sabinar y el precipicio rumbo al rompiente del océano sobre el tiempo detenido de El Hierro.

“Es que yo…”, comencé a balbucear ridículamente. “Es que me habían recomendado un sitio para comer carne de cabra por aquí y entonces…”

“¿Usted quiere comer carne de cabra?. Pues vamos para mi casa”, me interrumpió. ¿Se habrían negado ustedes a semejante ofrecimiento?

Antonio, que era su nombre, me condujo a su hogar. Me presentó a su mujer. Me habló de sus años en Venezuela. Antes de la cabra compuesta llegó un potaje de lentejas y verduras de la huerta familiar, en el patio trasero. El vino, de esos que caldean de dentro hacia afuera y avivan la conversación, también poseía su sello. La cabra, claro, caminó junto a su rebaño en tiempos mejores para ella. Con apenas concentración todavía podría paladear el queso y el pan al horno de leña, sin duda preferibles a las magdalenas de Proust. “El sabor de lo auténtico”, habría resumido un publicista con escasa imaginación. La velada finalizó con los versos que improvisó Don Antonio.

Pocas veces como aquella noche he contemplado tan de cerca el brillo de ese tesoro mezcla de la naturaleza de Canarias y la sabia y respetuosa interacción de los
hombres y mujeres. Además, siempre he pensado que el archipiélago se habría ahorrado muchas ignominias y atentados a su entorno si hubiéramos aprendido de estos ejemplos. Pero esto se transformó durante demasiado tiempo en la feria preferida de mercachifles, trileros, vendedores de crecepelos y titiriteros de la licencia mal dada.

Nos apartamos tanto de esa esencia que durante décadas hicimos de las islas un muestrario de despropósitos urbanísticos, éticos y medioambientales maquillados tantas veces con palabrerío de bisutería. De este modo, hubo promotores que se atrevieron a argumentar, por ejemplo, que hacer nueve campos de golf en una zona virgen de Lanzarote del tamaño de La Graciosa estaba plenamente justificado porque “el verde es más bonito y allí no hay otra cosa que piedras y lagartijas”. Y, por supuesto, no faltaba la puntilla: “Esto es un proyecto sostenible”. No tanto seguro como el modo de vida de Don Antonio y señora.

Lo que más me inquieta es la persistencia en envolver el devenir de Canarias y su modelo de turismo en palabras destinadas a abrir nuevas grietas entre la realidad y
los planes y las acciones de las instituciones, entre lo verdadero y la mercadotecnia política y empresarial. Temo que, incluso sin querer, se allane de nuevo el terreno para los charlatanes vendeburras.

Un botón de muestra… El Gobierno de Canarias anunció en junio su intención de Potenciar la Marca ‘Canarias Reserva de la Biosfera’. ¿Marca? ¿Estamos hablando de
siete islas con una biología y una geografía únicas en el mundo o de una fábrica de zapatillas? De nada servirá que el Ejecutivo regional ‘venda’ esta ‘Marca’ si el
producto’ no está en buenas condiciones, algo que debería ser la verdadera prioridad.

Más que marcas hace falta coherencia. El visitante no ve ‘marcas’. Ve un entorno bien o mal conservado. La prensa nacional y extranjera no hace titulares con ‘marcas’. Gasta tinta en escribir sobre hoteles ilegales o se hace eco de los intentos para desproteger los sebadales.

La citada Red Canaria de Reservas de la Biosfera no debería convertirse en fuegos de artificio, en ‘volaores’ para ser lanzados en ruedas de prensa y comunicados, como ya ocurrió en buena parte con la Red Canaria de Espacios Naturales, trocada en un juguete roto, atravesada también por las palabras vacías y la
mercadotecnia, 146 entornos en su gran mayoría sin planes de gestión claros y lógicos, carentes de vías de financiación y en algún caso contraproducentes para la conservación del medio por cuyo futuro deberían velar.

Veinte millones de años de aventura atlántica y la sabiduría de Don Antonio superan cualquier etiqueta, cualquier marca, cualquier neologismo de asesor político. Quizás haría falta que Don Antonio llamara con los nudillos de su huesuda mano derecha a las puertas de los despachos y coches oficiales para animarles a que no tengan miedo y no disfracen la realidad de Canarias con palabras que no dicen nada. El Carnaval del territorio debe terminar alguna vez.

 

 (*) Gregorio Cabrera. Periodista. 

Creador de Diario Atlántida

7 Comments

  1. Un gusto leerte, Gregorio.
    Estamos en una estructura con vendedores de aire en el lugar donde debería haber gestores honestos. Qué ilusión nos haría a muchos vivir en una cultura que fuera capaz de percibir lo verdaderamente importante.

  2. Un saludo Gregorio,,,,,me gusta la pagina ,,,sigue dando caña,es posible que de tanto decirles lo que es de sentido comun a estos ignorantes que nos gobiernan,recapaciten y vean que sin sostenibilidad y amor por la tierra ,,,,vamos de cabeza al desastre. Un abrazo.

  3. Felicidades por expresarlo tan bien. Tu historia, esta historia me recordó a una que viví hace unos años cerca del Pinar en el Hierro. Estaba de acampada con unos amigos y se nos antojó un caldo de papas. Fuimos a la tienda más cercana a comprar el imprescindible cilantro y la señora nos sonrió y nos dijo aquí nadie compra cilantro todos lo tienen plantado en sus patios traseros, en macetas en las ventanas de sus casas,…no hay problema de que cojan un poco en alguno de los patios de camino a su coche. No nos atrevimos a coger el cilantro sin permiso pero si que tocamos en una de las casas. La señora que nos abrió (que pena que no recuerdo su nombre) al principio pensó que se trataba de una broma pero luego, con una generosidad que no se improvisa sino que nace de dentro no sólo nos dió cilantro, sino tomates, aguacate, lechuga y peras «para que se hagan una ensalada mañana» nos dijo como si fuera lo más natural del mundo. Nos fuimos de su hogar encantados y sintiendo esa calidez y autenticidad de las gentes sencillas. Yo nunca he vivido en el Hierro pero mis bisabuelos maternos eran de Sabinosa. Durante ese viaje me sentí orgullosa de mis orígenes, algo que no me es fácil de sentir en mi tierra Gran Canaria.

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