Claves del periodismo científico

La Unión de Profesionales de la Comunicación de Canarias (UPCC) organizó recientemente el curso “Cómo distinguir la Ciencia de la pseudociencia”. Fue impartido por dos periodistas especializados en la información de carácter científico: Verónica Martín, subdirectora de Diario de Avisos, y Juan José Martín, director del programa de divulgación Galaxias y Centellas, de la Radio Autonómica de Canarias.

En un momento en el que las historias sobrenaturales y las leyendas urbanas están al alza, se hace más necesario que nunca que el periodista cuente con una serie de herramientas que le permitan discernir lo que es información rigurosa y contrastada de lo que no dejan de ser meras especulaciones. Una necesidad que, por otro lado, obedece a una demanda de la sociedad, que exige que las noticias que les ofrecen los medios de comunicación sean veraces y bien fundamentadas.

Verónica Martín basó su exposición, en gran medida, en la enorme utilidad que supone que el informador tome conciencia del método científico. Su desconocimiento muchas veces lleva a dar por ciertas afirmaciones que están lejos de haber sido contrastadas. Por esta razón, las informaciones pseudocientíficas tienen que ser puestas en cuarentena.

Diversos fenómenos que entran en este campo, como la telequinesis (o capacidad de mover objetos con la mente) o la videncia, no pueden ser reproducidos en un laboratorio. La reproducibilidad es uno de los principios esenciales del método científico. Las disciplinas pseudocientíficas, más bien al contrario, se muestran esquivas al laboratorio. Y es precisamente en esa imposibilidad de control en la que basan su éxito. Perpetúan misterios que resultan atractivos a gran parte del público. El problema realmente se presenta cuando este tipo de fenómenos presuntamente inexplicables se adornan con abalorios que sugieren un origen científico.

No es infrecuente que la pseudociencia se disfrace de ciencia para legitimarse. Ocurre en ámbitos como la arqueología o la zoología. En este último caso, los “cazadores” de yetis y monstruos lacustres emplean el mismo vocabulario y las mismas técnicas, incluso la misma indumentaria, que un biólogo que hace trabajo de campo. Pero no es tan sencillo. Para que un descubrimiento tenga el carácter de científico, antes ha de pasar unos controles.

Cómo publicar en Nature

La comunidad científica se protege de las aseveraciones sobrenaturales y sin fundamento, exigiendo que los descubrimientos importantes sean publicados en una revista de reconocido prestigio, para que así puedan quedar plenamente autentificados. Es en ese momento, cuando la noticia ya lleva el sello del rigor científico. Si un profesional de un medio de comunicación quiere hacerse eco de alguna noticia extraordinaria presuntamente científica, sería bueno que comprobase antes si esta investigación ya ha estado avalada por alguna publicación importante.

Las garantías que ofrecen las informaciones publicadas en revistas como Nature o Science se basan en los exigentes filtros que requiere cualquier publicación. Si un investigador quiere ver el fruto de su trabajo publicado, antes tiene que someter su artículo a lo que se denomina la revisión por pares. Se trata de un arbitraje en el que dos o más expertos, con una cualificación por lo menos equivalente a la del autor del artículo, emiten un juicio sobre el mismo.

En ocasiones, los árbitros encuentran problemas en la investigación y sugieren algunas modificaciones al autor. El artículo, finalmente, podrá ser admitido, adquiriendo pleno fundamento la investigación, o ser rechazado. No es fácil que una información científica logre ver la luz en una revista de este tipo. En publicaciones como Nature, solo el 5% llegan a aprobarse.

Mitos que perduran

El problema de separar las informaciones veraces y contrastadas de las que no lo son, se basa en cierta manera en que hay historias sin fundamento que la memoria colectiva ya ha asumido y validado desde hace mucho tiempo.

Sobre este punto discurrió la ponencia de Juan José Martín. El periodista habló de algunos de los grandes tótems de la pseudociencia. Uno de ellos nos lleva irremediablemente a las famosas caras de Bélmez. Un supuesto enigma que logró consagrar a España, a nivel internacional, como tierra de prodigios. En 1971, en una humilde casa de Bélmez de la Moraleda (Jaén), empezaron a aparecer misteriosas caras –teleplastias, se las acabó llamando- en el suelo y las paredes, cuyo origen era desconocido. Algunos investigadores, como Francisco Máñez, demostraron que las teleplastias se podían elaborar con un poco de aceite y agua. Sin embargo, esta versión de la historia, menos amable y romántica, no fue la que predominó en los medios.

Otro ejemplo es el de Uri Geller. El personaje, presuntamente dotado con poderes de telequinesis, deslumbró a la España de los años 70 en televisión, provocando supuestamente que las cucharas de los televidentes se doblaran y sus relojes rotos volvieran a funcionar. Pese a que Geller nunca ha demostrado sus poderes en un entorno controlable, su fama es absoluta, multiplicada por sus espectaculares apariciones en televisión.

Otro mito, en este caso más moderno, que no aguanta un elemental análisis crítico es el de los denominados chemtrails. No son más que las estelas de gas que emiten los aviones a gran altitud. Sin embargo, se han convertido en todo un fenómeno en internet al haber sido el objeto de numerosas teorías de la conspiración que apuntan a que estamos siendo fumigados con sustancias nocivas por parte de alguna agencia secreta. La cosa no dejaría de ser anecdótica de no ser porque en los servicios informativos de un canal nacional se le ha dedicado al asunto algunos minutos en los que se ha apostado por este tipo de teorías.

Criptografía bíblica en una revista científica

Pese a los exigentes filtros que elaboran las publicaciones científicas, puede ocurrir que ocasionalmente se cuele alguna información pseudocientífica. Una de las más sonadas fue la protagonizada por el matemático Eliyah Rips. En 1994, logró publicar, junto a Doron Wiltzlum y Yoav Rosenberg, un artículo en la prestigiosa revista Statistical Science, en el que se afirmaba haber descubierto un misterioso código secreto en el Génesis, en el Antiguo Testamento. Siguiendo un patrón matemático este código permitiría descifrar importantes acontecimientos históricos. La publicación fue duramente criticada por algunos colegas matemáticos.

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