Los tres miedos a la excelencia

El autor, que dirige un centro de excelencia ‘Severo Ochoa’, destaca lo difícil que resulta en España poner en marcha programas de este tipo, “ya que se sigue viendo como un ataque al resto del sistema”, y critica el miedo de los científicos, las universidades y las administraciones a cambiar el ‘statu quo’. “España necesita sus Oxford y Cambridge, y sus Max Planck”, aduce.

Excelencia es una palabra muy usada en nuestro país como mantra con el que se hacen hermosos discursos de política científica, una especie de santo grial que debemos buscar denodanamente, y que el ministerio de turno (Educación, Ciencia y Tecnología, MINECO) otorgará a unos pocos elegidos.

Sin embargo, no está tan claro el significado del término. Unos dicen que la excelencia no se puede definir, pero todos coincidirán conmigo en que, comparando universidades en el mundo, la de Princeton es excelente, como lo es el trabajo del medallista Fields Charles L. Fefferman o, en tecnología, el Massachusetts Institute of Technology. Considerando datos objetivos, podemos asegurar que si un centro ha conseguido un número notable de proyectos del Consejo Europeo de Investigación (ERC por sus siglas en inglés) —con una tasa de éxito de un 10%—, se puede hablar de excelencia.

Así que el concepto sí es definible, aunque en España no haya demasiado interés en hacerlo, y, cuando se ha intentado, se ha querido aplicar a todo el sistema para diluir el resultado. Así sucedió en la pasada convocatoria de campus de excelencia internacional, que ha resultado un tiro fallido más en la historia de la investigación en España. Si algún campus no conseguía la excelencia internacional, se le adjudica la temática, regional, o lo que correspondiese. Como resultado, todas nuestras universidades son excelentes, nadie se ha quedado sin su galardón. Pero, claro está, todavía no hemos descubierto nuestro Princeton, Harvard, Oxford, ni Cambridge.

El programa más reciente sobre la excelencia en España ha sido la convocatoria Severo Ochoa. La idea estaba ya incluida en el Plan Nacional 2008-2011, pero para sacar adelante la convocatoria fue necesaria la voluntad de la exministra Cristina Garmendia. Su objetivo fue el de identificar a los mejores centros de investigación española, que pudieran servir de motores y referentes para nuestra ciencia, y basándose en una evaluación internacional de la más alta exigencia.

Con estas premisas, el programa seleccionó ocho centros el primer año, el segundo se limitó a cinco, y otros cinco más serán identificados este año. Al final del ciclo —de cuatro años—, veintitantos centros de excelencia configurarán la punta de lanza de la ciencia española (de excelencia, sí, por supuesto).

¿Se acaba la ciencia española aquí? Claro que no. Existen muchísimos grupos de investigación de alta calidad en el sistema, que deben ser protegidos y financiados adecuadamente para que puedan seguir su labor. Los centros Severo Ochoa son algo diferente, se distinguen no sólo por la calidad de sus investigadores, sino también por su capacidad de gestión y estrategia. Porque hablamos de excelencia de centros, que está basada en tres pilares: infraestructura, investigación, y gestión y estrategia.

Pese a ello, resulta muy difícil en España poner en marcha programas de excelencia, ya que se sigue viendo como un ataque al resto del sistema: el concepto entraña tres miedos en el colectivo que configura el sistema de ciencia y tecnología español. El primer miedo es el de los propios investigadores. Hay un porcentaje importante de colegas que están satisfechos con el statu quo, y les asusta el compromiso que conllevan los cambios.

Definir excelencia supone un riesgo: fallar en su consecución, o, mucho peor ¡que otros la consigan! Nuestro sistema de financiación presenta un porcentaje de éxito en los proyectos del Plan Nacional elevado en comparación con otros países, y hemos vivido hasta hace pocos años con una cierta comodidad. Desgraciadamente, el Plan Nacional ha sufrido unos recortes muy grandes, y esto nos ha llevado a buscar nuevos caladeros de financiación, especialmente en Europa.

El segundo miedo es el de las instituciones universitarias e investigadoras. Ningún centro quiere asumir el coste de un ránking nacional, especialmente las universidades, con una gobernanza que depende excesivamente de procesos electorales y del equilibrio de fuerzas. Se dice que tenemos universidades de calidad, y nadie lo duda, pero el sistema necesita referentes al estilo anglosajón, y para ello hay que medir, plantear estrategias, objetivos y financiación extra en función del cumplimiento de los mismos.

Nada de esto se está produciendo en nuestras universidades; no se ha aprovechado la crisis económica para replantearse la situación, analizar lo que se hacía mal y trazar una hoja de ruta con cambios estratégicos. Los recortes no se pueden obviar, pero tampoco podemos lamentarnos permanentemente, hay caminos complementarios para que, cuando el Plan Nacional o la financiación ordinaria de las comunidades autónomas se reduzcan, no suframos tanto como ahora.

El tercer miedo a la excelencia viene de las administraciones. Iniciar procesos de identificación de excelencia supone desafiar las reglas de mantenimiento de lo establecido, y por tanto, habrá detractores; a menos, claro, que se obre como en los campus de excelencia internacional, café para todos. El mensaje debe ser muy claro: no se trata de privar de la financiación actual a las instituciones, pero sí de premiar con cantidades apreciables a las mejores, para que puedan dar un paso más, y situarse en la vanguardia y tirar del sistema.

Si no conseguimos vencer estos tres miedos, nuestras universidades y OPIs seguirán manteniendo un buen nivel, sí, pero no tendremos los centros de excelencia que marcan la frontera de la investigación y su transferencia. España necesita sus Oxford y Cambridge, y sus Max Planck, no hacerlo así llevará a que los mejores investigadores (los excelentes) se vayan marchando en busca de mejores salarios y mejores laboratorios; sí, los excelentes de Estados Unidos y el resto de Europa. (www.esmateria.com)

(*) Manuel de León, Director del Instituto de Ciencias Matemáticas (ICMAT), seleccionado con el distintivo de excelencia ‘Severo Ochoa’ en su primera convocatoria

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