Iluminemos esta época gris con una nueva Ilustración

Es muy triste ver cómo la crisis financiera, de facto, ha relegado valores que se desarrollaron en un esfuerzo de siglos a una posición secundaria en diversos territorios europeos. Parece como si la promoción pública de la cultura, de la creatividad, de la ciencia, del pensamiento, en definitiva, de algunos de los más elevados atributos que nos distinguen como especie, fueran antitéticos con el necesario esfuerzo público en la financiación de políticas sociales, e irrelevantes en relación al también necesario crecimiento económico.

Craso error, me temo de nefastas consecuencias en el largo plazo. Admito que si te caes, lo primero es levantarte. Pero la caída no debe hacerte olvidar dónde quieres ir. Si sólo te miras los pies, y no levantas de vez en cuando la cabeza, tal vez evites un nuevo tropezón, pero no podrás gestionar tu existencia, pues simplemente caminarás sin rumbo. Además, por dura que haya sido la crisis, situaciones mucho más adversas se han vivido a lo largo de los siglos XIX y XX, y ello no llevó a un retraso ni en la creación artística, ni en el pensamiento, ni en la ciencia, ni en el desarrollo tecnológico.

Hagamos un breve repaso histórico: El Museo del Prado se fundó en 1819 durante el, por lo demás, nefasto reinado de Fernando VII. Su hija, Isabel II, reabrió las universidades que aquél había cerrado. La Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, precursora del CSIC, se creó en 1907, y la Ley fundacional de éste en 1939. En 1959 se promueve el Observatorio del Teide, instalándose el primer telescopio profesional en 1964 y fundándose en 1975 el Instituto de Astrofísica de Canarias. Y eso que, mayormente, la Historia de España durante los siglos XIX y XX, al menos hasta 1976, no es para estar especialmente orgulloso. Ni mucho menos. De hecho, durante demasiado tiempo, hemos quedado atrapados en una contradicción. Bien la glosa el conflicto que mantuvieron a principios del S. XX Unamuno y Ortega y Gasset o, dicho de otra manera, la pugna entre la españolización de Europa y la europeización de España. Afortunadamente para Europa, ésta no se españolizó. Y, desafortunadamente para España, en vez de europeizarse quedó firmemente asida al ¡que inventen ellos! de don Miguel. Con todo Unamuno era un intelectual comprometido, al que sin duda le preocupaba el desarrollo de la creatividad y de la cultura en España. Buena prueba de ello fue su famoso y valiente enfrentamiento público con el general Millán Astray, nada menos que en Salamanca en 1936: el militar cerró el asunto con sonoros ¡viva la muerte! ¡muera la intelectualidad! dando nítida muestra de lo que seguiría. No hubo posibilidad de contrastar modelos de desarrollo para España, ilustrados y en libertad, durante casi cuarenta años.

Con cierta frecuencia, a la vista de la mentalidad que advierto imperante, me pregunto, en un vano juego intelectual: ¿Fundaríamos ahora el Museo del Prado, o seguirían las obras escondidas donde estuvieran para evitar el saqueo en la Guerra de la Independencia con Francia? Si nos hubiéramos encontrado cerradas las universidades, ¿las volveríamos a abrir o las dejaríamos como estaban? ¿Se fundarían entidades como el CSIC, el IAC y muchas otras? Mucho me temo que hoy sería imposible fundar el Prado, el CSIC o el IAC, o volver a abrir las universidades. Simplemente, la gestión del corto plazo relegaría tales iniciativas en supuesto beneficio de otras más prosaicas e inmediatas: ¡Vade retro! ¡Se incrementa el gasto público! Cierto, se trata de un juego mental simplista. Pero también es verdad que vivimos con una escasez de esfuerzos que hacen muy difícil, no ya nuestra convergencia con los países punteros, sino simplemente mantener y potenciar lo que, en el ámbito cultural, científico, creativo o tecnológico ya tenemos. Y no me refiero sólo al dinero. Caben múltiples mejores organizativas que, en época de penurias, algo mejorarían la situación.

Y continúo con mi entretenimiento mental: ¿quién puede promover la cultura, la ciencia, la creatividad en nuestro actual escenario público? Y, pudiendo, ¿quién le atribuye, más allá del discurso, una importancia realmente merecedora de dedicarle esfuerzos significativos? Dudo que Fernando VII tuviera la sensibilidad para entender el valor del Museo del Prado. Pero alguien, que sí la tenía, pudo ejercer una influencia efectiva para hacerlo realidad. Tampoco creo que ni Sor Patrocinio ni Isabel II estuvieran muy preocupadas por las universidades. Pero hubo quiénes, en los los gobiernos de los espadones decimonónicos, advirtieron la necesidad de modernizar el país; y algo pudieron hacer, incluso en unos años enormemente tumultuosos.

De hecho, poco a poco, desde el Renacimiento, se fue configurando una mentalidad en Europa que le daba importancia al conocimiento en sí mismo, a la cultura, a la creatividad, al espíritu crítico. No fue tarea de un día, ni de un siglo. Ni incorporó al conjunto de la población, mayoritariamente analfabeta e inexorablemente sujeta a una economía de subsistencia. Tampoco los distintos países vieron florecer esta mentalidad de igual manera. Pero en el S. XVIII podemos ya hablar de un verdadero movimiento ilustrado, sí, protagonizado por las élites intelectuales, pero que tuvo una enorme importancia para el conjunto de la población. Nacida en Inglaterra al final del S. XVII, la Ilustración saltó a Francia y el resto de Europa, así como a las colonias americanas en el S. XVIII. También llegó a España. El movimiento ilustrado no sólo estuvo en la génesis de la Revolución Industrial, o del desarrollo del capitalismo. Promovió con intensidad la libertad de pensamiento y el espíritu crítico. Tenía un verdadero programa liberador para el conjunto de la población, a la que los grilletes de la ignorancia tenía sumida en la miseria. Por primera vez, hubo una verdadera preocupación por el pueblo y sus condiciones de vida, por el progreso a largo plazo de la sociedad. Se sustentaba en la educación, en la difusión del saber, en el esfuerzo intelectual, en el desarrollo de la creatividad, la ciencia y la tecnología: en prioridades cuyos frutos se recogen a medio y largo plazo. La Ilustración puso en jaque las monarquías absolutas, en primer lugar la inglesa. La burguesía ilustrada promovió el desarrollo del capitalismo liberal, aprovechando el desarrollo científico y técnico. Exigió compartir el poder con los reyes y la promulgación de constituciones. Algunos de los reyes fueron ellos mismos ilustrados: Catalina II de Rusia, Carlos III de España, Federico II de Prusia…

Sin dejar de ser más o menos autócratas, muchos de los sucesivos gobernantes fueron ilustrados o, al menos, se dejaron iluminar por la Ilustración. Me llama poderosamente la atención pensar que, a final del S. XVIII, Napoleón fuera acompañado de científicos y sabios durante su campaña militar a Egipto. Ello dio lugar a un gran desarrollo de la matemática aplicada, de la ingeniería y del conocimiento del Mundo Antiguo. Los veinte tomos de la Descripción de Egipto son buena prueba de ello. Los franceses encontraron en Rosetta una estela con inscripciones en jeroglífico, demótico y griego que, después, permitiría a Champollion descifrar la antigua escritura egipcia. No sólo se fijaron en la Piedra de Rosetta, que pesa unos 750 Kg., sino que la cogieron para llevársela. Pero si no es sino un viejo y pesado bloque de piedra, con primitivos garabatos que nadie entiende: ¿por qué no tirársela a la cabeza a los ingleses, con quienes estaban en guerra?. Sin embargo a los ingleses también les interesó la Piedra y, como ganaron, se quedaron con ella. Ahora está en el Museo Británico. ¿No era Champollion francés? ¿cómo tuvo acceso a la Piedra para descifrar el lenguaje jeroglífico? Sencillo, los franceses se preocuparon de hacer copias para llevarse a Francia. ¡Y estaban en guerra! Alguna urgencia tendrían que gestionar ingleses y franceses en el corto plazo, además de intentar salvar la dichosa Piedra de Rosetta…

Ese espíritu ilustrado es el que ha hecho avanzar nuestro mundo occidental. Es la raíz y la savia de la democracia, de la tolerancia, de la libertad, de la educación y del avance científico y tecnológico del que ahora, a pesar de todos nuestros problemas, disfrutamos. La causa que hace posible el efecto del crecimiento económico, la inclusión y la protección social, y las comodidades de la vida moderna. Tal espíritu ilustrado ha estado presente, con mayor o menor intensidad, durante los últimos trescientos años. Los países en los que se ha mantenido vigoroso, Inglaterra, EEUU, Francia, Alemania,… han sido capaces de consolidar su bienestar. Los que lo hemos tenido mucho más tenue, sólo nos hemos beneficiado de él en la medida que esa Ilustración pudo abrirse paso en la toma de decisiones de nuestros gobernantes.

La enorme paradoja es que, hoy en día, tenemos en España y en Canarias el nivel más alto de educación de toda nuestra Historia. La población mejor formada. Las mejores condiciones para aprovechar el talento y la creatividad, para producir cultura, ciencia y tecnología, para impulsar un crecimiento económico basado en nuestra capacidad de pensar. El sueño del programa ilustrado.

Sin embargo, hoy en día, la gestión del corto plazo en España y en Canarias, a diferencia de lo que pasa en otros territorios, parece ser razón suficiente para sacrificar el impulso público a la Ilustración de nuestro tiempo: a la cultura, a la ciencia, a la tecnología. Lo que no tiene un rendimiento inmediato, deja de ser una prioridad real.

Es un error. Una sociedad que vea como irrelevante la Piedra de Rosetta, porque no permita que en la urgencia del momento se recoja, cuide y estudie, probablemente perderá el futuro. Al menos, irá a remolque de otras sociedades que promuevan tal disposición. Sacrificará potencial de crecimiento y de bienestar, pues la Historia muestra que necesariamente vienen de la mano del pensamiento crítico y creativo sustentado por los valores intelectuales de la Ilustración: ¡Sapere Aude! ¡Atrévete a Pensar! proclamó en 1778 Kant en su famoso ensayo, ¿Qué es la Ilustración?, tomando prestada la sentencia del poeta romano Horacio. (S. I a. C.).

En realidad, es un doble error: no sólo seguimos afianzados al histórico ¡que inventen ellos!, sino que ni siquiera parece ya suficientemente relevante promover el desarrollo cultural. La relevancia de las supuestas prioridades se muestra con hechos, que faltan, mucho mejor que con palabras, que sobran.

Los elementos determinantes del crecimiento económico, sostenible y a largo plazo, son de carácter social y cultural. Se trata de los valores que predominan en las sociedades que alcanzan mayor prosperidad en el largo plazo. Quien sacrifica en la gestión del corto plazo tales valores, sea por las urgencias imperativas que haya que gestionar en cada momento, sea porque en época de bonanza es muy difícil prestarle atención a promover esos valores, y de eso algo sabemos en España y Canarias, sacrifica el futuro y, con ello, el bienestar y cohesión social que intenta salvar en el corto plazo.

Por ello, necesitamos una nueva Ilustración. Por supuesto, adaptada a nuestro tiempo y sociedad; a sus necesidades y retos. Que sea capaz de gestionar las urgencias sin renunciar a las estrategias. Que aproveche el intelecto y el talento. Que realmente cimiente el bienestar y la prosperidad sobre pilares sólidos: los que proporciona el conocimiento. Que grite bien fuerte: ¡Sapere Aude! ¡Atrévete a Pensar!

(*) Juan Ruiz Alzola es el Director en Agencia Canaria de Investigación, Innovación y Sociedad de la Información del Gobierno de Canarias y Profesor Titular en Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

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